En un grupo al que pertenezco para personas que han sufrido el TCE, hubo una pregunta por parte de una miembro sobre si nos cuesta escuchar música nueva. Casi todos en el grupo hemos dicho que sí – nuestros cerebros ya no procesan la cacofonía de sonidos nuevos que ocurren en sucesión y/o simultáneamente un cualquier obra musical. Pero, curiosamente, la mayoría hemos dicho que podemos escuchar música conocida – nuestras canciones favoritas de todos los tiempos. Aún así, solo podemos escuchar música por un tiempo limitado antes de que empiecen el dolor y la fatiga.
En mi caso, ya son 3 años desde el accidente, y ahora puedo poner Spotify con música pop o algo similar por 30 minutos más o menos, aunque en el coche, no. Escuchar música suave de piano u otros instrumentos tranquilos, especialmente si se trata de tonos bajos, lo puedo hacer casi siempre. De hecho, hace unos días creé una lista de canciones a capela. Con menos tímpano y más voz.
Al principio, no fue así. En mi afán de parecer «normal» socialmente, aguantaba música, conversación y otros sonidos que me causaban dolor. Pero poco a poco, me di cuenta de que tenía que escuchar a mi cuerpo y respetar sus señales. Y así empezó el año sin música.
Antes la música me había sido un bálsamo para cualquier situación. Ahora fue una fuente de dolor infligido a mi sistema nervioso. ¿Sabes cómo se siente cuando se caen un montón de platos o cubiertos al suelo y se te encoge el corazón? Pues esa es la sensación que tenía yo con casi todos los sonidos, hasta los más sutiles.
En nuestra casa en un pueblo nuevo, con solo 1-2 horas de trabajo online al día, mi marido en un trabajo a 40 minutos de la casa, y yo sin amigos todavía…y sin poder disfrutar de los entretenimientos más cotidianos – los podcasts, la música y la televisión, empecé a experimentar lo que es el silencio. En realidad, el ‘silencio’ son los sonidos de los pies en el suelo, de estornudos, de la ducha (también me causaba dolor el sonido del agua), de los pájaros, de los coches en la calle a dos manzanas de la casa, del viento, de los platos, del perro que ladra para salir, del lavaplatos, de la lavadora, del microondas. Me costó decirle, pero la voz de mi marido también fue muy ruidosa para mí, y por un tiempo hablamos en tonos entre susurros y tonos normales.
En los silencios verdaderos, también se oye constantemente el zumbido de la nada. El cráneo mismo es un espacio que contiene actividad neurológica, y si fue esa actividad o algún malentendido entre los oídos y la realidad no lo sé, pero el ruido leve constante, cuando uno intenta huir del sonido casi me volvió loca a veces. (Pista: empecé a escuchar en Spotify ruido ‘rojo’, ‘rosa’, ‘blanco’ para calmar este zumbido antes de dormir y me ayudó bastante.)
Dicen que los seres humanos huimos del silencio porque en él nos encontramos a nosotros mismos. Supongo que sí. Yo me encontré con una persona muy sola y vi que al fondo, sin poder producir, trabajar, contribuir, me sentía totalmente despreciada. Después de un tiempo de caída emocional y desesperación profunda, me encontré en un camino de auto-aceptación…largo, largo, y duro, duro. Creo que es el trabajo de una vida entera, pero este tiempo del TCE me regaló, inesperadamente, un tiempo especial para dedicarme a aprender, a la fuerza, en esta área.
En el silencio, conocí mejor a mis demonios. Tardé 2 años y medio en darme cuenta de que, en vez de usar mi energía mental en castigarme por no ser lo que quería o esperaba que yo fuera, podría simplemente descansar: confiar en el amor de los seres queridos que se quedaron conmigo, y dentro de ese amor podría ver que valgo algo, si contribuyo a la economía de la casa o no. También aprendí que podría usar mi energía mental para disfrutar de recuerdos bonitos. Cuando llegué a esta epifanía mi vida cambió. Durante los días malos, empecé a dedicarme a quedarme tumbada en la cama y recordar momentos bonitos de fútbol, de ex-novios, de superaciones académicas y mucho más.
Y la segunda ventaja más importante de todo esto es que he podido conectar con otras personas que experimentan dificultades parecidas a las mías. Por ejemplo, tres amigas nuevas tienen hipersensibilidad sensorial, cosa que no me habrían dicho si no fuera por mi condición. Y las puedo acomodar de forma que antes no habría entendido hacer. Mi madre padece de Alzheimer. Ella perdió casi toda la capacidad para hablar hace poco y el resultante silencio de su vida fue algo que yo – en parte – puedo entender. Y le he podido ayudar con las lecciones que aprendí durante mi silencio: disfrutar de los recuerdos bonitos y conectar espiritualmente con los seres queridos. Por último, otro amigo mayor y yo llevamos un tiempo ayudándonos a sobrellevar la depresión y la sensación de no tener valor sin la energía y poder productivo que antes teníamos.
La semana pasada, tenía una semana ajetreada. Me estaba empujando a hacer más, producir más, leer más, socializar más. Y gracias al aprendizaje del año de silencio, me di cuenta de que tenía que parar. Y solo estar. Volver al cuerpo y pedirle qué es lo que necesitaba. Me pidió que escuchara a las emociones y que descansara. Le hice caso. Gracias a este tiempo de descanso y de auto-cuidados, he podido relajarme, y después reorganizar mis prioridades para luego conectar auténticamente con amigos y escribir en este blog.
Os dejo con una cita de Thich Nhat Hanh, cuya sabiduría me guiaba en ese entonces y ojalá ya para siempre:
«Hay días cuando sientes que simplemente no es tu día, y que hagas lo que hagas, todo va mal. Cuanto más lo intentes, más empeora la situación. Todo el mundo tiene días así. En ese momento, hay que parar todo, ir a casa y refugiarse en ti mismo.
«Reorganiza todo – tus sentimientos, tus percepciones, tus emociones – están esparcidos por todos lados; es un lío en tu interior. Da la bienvenida y abraza a cada emoción… Practica mindfulness y concentración, y organiza todo lo que tienes dentro. Esto te ayudará a restaurar tu tranquilidad y paz.»
foto del ‘Thich Nhat Hanh collective»: https://thichnhathanhquotecollective.com/2020/03/21/4366/
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