Cómo ocurrió el TCE / Es posible mejorar

En el 2021, levaba más de 4 años viviendo en España, lugar donde me mudé para estar con mi pareja. Cada verano viajábamos a EEUU para pasar tiempo con mi familia. Durante el COVID (2020) nos quedamos en España pero ya en el 2021 tocó ir otra vez. ¡Y yo tenía muchas ganas! 

Mi hermana se había casado unos meses antes y algunos invitados cercanos no pudimos asistir, por lo que otra hermana y yo organizamos una fiesta para celebrar la boda en casa de mis padres. Iba a llegar uno o dos días antes para ayudar.

Hice las pruebas de COVID antes de salir del país porque todavía no estaba vacunada…el plan fue vacunarme en EEUU, ya que coincidía con las semanas cuando la gente de mi edad se podría vacunar en España. Y ya estábamos planificando una mudanza a Almería a la vuelta de las vacaciones – un nuevo trabajo para mi marido y una nueva zona para explorar para mí. 

El viaje empezó normal hasta Dallas, donde casi todos los vuelos fueron canceladas por falta de personal en las aerolíneas. Nunca antes había visto llorar a tanta gente en un aeropuerto. Familias yendo de vacaciones, un hombre que había tomado un préstamo para ir al funeral de un familiar… Cuando me tocó hablar con un representante de American Airlines, me dijo que iba a tener que esperar 4 días en Dallas y que no me pagaban la estancia. Este fue el primer momento de presagio… 

Llegué a casa durante las últimas horas de la fiesta de boda de mi hermana. Fue decepcionante…había perdido su boda por culpa de COVID y ahora también la fiesta. Segundo presagio…

El jetlag no se me fue hasta el 6 de julio. La noche anterior fui a la cama más o menos a la hora adecuada. La mañana del 6, me sentía bien. Por fin me iba a vacunar para el COVID e iba a poder viajar libremente otra vez, sin tantos rodeos y líos. 

Desayuné y fui a la casa de mis padres. También ese verano, mis hermanas y yo teníamos planeado hablar de cómo cuidar de nuestros padres conforme iban envejeciendo. Así que en esa casa estuvieron la mayoría de mis sobrinos y mis hermanas juntos con mi madre con demencia y mi padre que simplemente iba más lento que antes. Estuvimos contentos todos al estar juntos, bromeando sobre la familia, la casa y más. 

Tuve una cita para vacunarme en la farmacia histórica del pueblo. Es una farmacia que todavía contaba con el suelo de azulejos cuadrados blancos y negros, con una barra donde servían sodas con sabores de los anos 50 y donde vendían regalos, medicinas, letreros mordaces y más. Cuando me tocó ir al centro del pueblo para vacunarme en la farmacia, 4 de mis sobrinas optaron por venir conmigo por estar en la farmacia y mirar las cosas. Caminamos juntas – es menos de una milla desde la casa hasta la farmacia. Mi padre había ofrecido ir con nosotras pero le dije que no se preocupara, que sería un ir y volver.

Me puse en la silla de espera y la mujer en la parte de la farmacia donde pusieron vacunas me preguntó cuál vacuna había elegido para ponerme. En España, dos de mis alumnos fueron personas íntimamente involucrados en el despliegue de la vacuna de la región y me dijeron que no importaba cuál vacuna me pusiera, siempre que me pusiersa una. Así que, estando tan poco tiempo en EEUU, había decidido ponerme la J&J (Jenssen en España) – fue una sola dosis y después de ese día ya iba a poder vivir con normalidad. Así que le contesté, «Johnson and Johnson». 

Me miró y me dio unos papeles para rellenar. Conocía a mi padre y por mi cara, creo que dedujo que yo fui la hija que vivía en España. Me dijo, «¿Sabes que la J&J fue ilegal aquí por unos meses, pero ya le han admitido otra vez?» «No,» le dije, «no lo sabía.» «Si, dijeron que es más peligrosa para mujeres de entre 19 y 45 años.» Me di cuenta que yo caía en esta franja de la población. «Ah,» dije, y pensé en el consejo que había recibido en España, y que cuáles son las probabilidades? «No pasa nada,» dije, «me la pongo.» 

Otra mujer que también esperaba su vacuna me dijo, «Mi amiga se la puso y dijo que solo sentía algunos aleteos en el corazón, pero por lo demás se encontraba bien.» Esto me reconfortó, y le agradecí y fui atrás para recibir la vacuna. Me la puso, me dijo que debería sentarme en las mesas al lado del bar y esperar unos 15 minutos. 

Me fui a la mesa – las sobrinas admirando peluches – y sentí las palpitaciones. Fue como una línea de presión desde el sitio de la vacuna arriba por el brazo hasta el corazón. Pensé en llamar a una de las sobrinas, Leonie, para que viniera conmigo porque no me sentía del todo estable. Pero había mucha gente allí desayunando y no quería llamar la atención. Saqué el móvil para escribir un mensaje a mi marido (todavía en España, en sus primeros días de un trabajo nuevo), empecé a escribir y…

Volví a la consciencia y estuvieron las sobrinas, mirándome. No me sentía ni las manos ni los antebrazos. Se lo dije y Leonie me dijo que intentara mover las manos para que la circulación volviese. Lo hice y poco a poco ocurrió. Venía corriendo la enfermera que me había puesto la vacuna. Desde la barra me miraban, entre ellos la jubilada secretaria de mi abuelo. 

Con el tiempo llegaron mi padre, mi hermana y finalmente los técnicos de emergencias médicas. Yo no quería ir con ellos: estaba pensando en los costes de una visita al hospital y no sabía si el seguro español pagaría (lo hizo, mayormente). Al final, mi padre me animó a que me fuera con ellos. 

Me sentía rara, más que nada asustada. En el hospital me dijeron que no me pasaba nada y que simplemente tendría que esperar a que pasaran dos días por lo de la vacuna. 

Durante ese mes, fui al hospital 3 veces, con tres diagnósticos diferentes, y ninguna de trauma craneoencefálico. El diagnóstico me llegó al final de mes, antes de volver a España. Y no lo creí. Entre neurólogos, médicos del hospital y un médico joven, fue éste último el que me diagnosticó correctamente.

Pero no lo creí. ¿Por qué? 

Porque de niña me había caído por las escaleras de madera en la casa, perdí la consciencia, y después en teoría estuve perfectamente. 

Porque en la escuela secundaria tuve mi primer TCE ligero jugando al fútbol – se me nublaron los ojos por unos minutos después de un cabezazo muy bueno. Unos minutos después volví al juego. 

Porque en la universidad tuve mi segunda y tercer TCE ligero jugando al fútbol – me pasó lo mismo y aunque tuve la sensación de que después disminuyó mi capacidad para encontrar vocabulario, para hablar rápido, para memorizar, nada fue definitivo y nadie en ese entonces sabía diagnosticar traumas craneoencefálicos si no fuera con una hemorragia interna o algo físicamente probable. 

Unos meses, y después un año más tarde, por fin estuve convencida que tenía TCE – en contra de lo que decían los médicos de cabecera, el neurólogo y el psiquiatra. 

Y por eso escribo esto blog. Aprendí la mayoría de lo que aprendí a través de blogs, comunidades y organizaciones adyacentes al campo médico – y todo en inglés. Quiero abrir un espacio para aquellos que sufrimos de esto. Primero para que sepamos que lo que sufrimos es real, y segundo para dar esperanza. En el pasado, esta condición fue de por vida. Pero ya no. Se puede mejorar. Hagámoslo juntos. 

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